Para empezar a hablaros de Alexander Calder primero os quiero poner en situación. Nace en 1898 pero se desconoce el día. Es todo un misterio incluso para sus biógrafos. Esta clara metáfora le va al dedillo para empezar a hablar sobre alguien que dedicó su vida a diseñar objetos bellos en movimiento.
Pero hablemos de lo que sí sabemos: a los 8 años sus padres le regalaron sus primeras herramientas. Con ellas empezó a dar forma a diferentes objetos trabajando el hilo de cobre. Esto marcó un antes y un después en su destino ya que el cobre pasaría a ser su material estrella para trabajar y ya no se separaría de él.
Este humilde material le sirvió para explorar diferentes formas y posibilidades creativas, así se convertiría en el precursor de la escultura cinética.
Aunque pasó muchos años en su América natal… decidió poner rumbo a París, donde trabajaba creando infinidad de esculturas, creando exposiciones circenses que llamaron en seguida la atención de los artistas más relevantes de la época. Junto a sus obras podíamos ver retratos de creativos tan increíbles como Miró, o Kiki de Montparnasse. Y con los años recibió el apodo de “the king of wire”.
Su creatividad era imparable, y fue justo antes de volver a EE.UU. cuando se reunió con Mondrian y le hizo una propuesta: descomponer sus cuadros y utilizar el color como base para “volar”. De esta forma comenzó a trabajar una gama cromática que encaja a la perfección con los cuadros del artista gráfico.
Lo que Calder buscaba era lograr que cada elemento fuese capaz de moverse, de agitarse, de ir y venir… y así jugar con los distintos movimientos de su propio universo.
Sus obras han sido imparables y han recorrido el mundo entero. Desde Venecia hasta París, pasando por Japón y por muchísimos países de Latinoamérica, entre ellos Venezuela, donde se encuentra una de sus obras más importantes: Acoustic Ceiling o «Nubes Flotantes» (1952-1953).
Sin duda, es uno de los artistas que más me atrae a nivel creativo y sobretodo por su interesante historia.