Si hay algo claro es que el arte en nuestra era está marcado por el mundo digital.
No seré yo la única que se haya dado cuenta de esto, ¿verdad? Hasta aquí ninguna novedad. Basta con darse una vuelta por Instagram o Pinterest para conocer nuevas tendencias y vernos envueltos por un claro estilo en pleno auge: la fotografía de bodegón.
Este estilo pictórico era sumamente relevante entre los artistas y creativos más conocidos del siglo XVII donde comenzó a crecer de manera exponencial.
Antes de esto, las frutas y elementos utilizados formaban parte de otro tipo de composiciones, pero hubo un antes y un después en la pintura, donde los elementos más cotidianos y sencillos se volvieron protagonistas. Jugar con los cromatismos, la iluminación… Todo daba lugar a escenas que generaban serenidad, bienestar y armonía.
Esto lo hemos heredado en nuestra generación. Y aparece frente a nosotros arrasando y consiguiendo miles de likes en redes. El mundo del arte se ha transformado y, aunque seguimos ilustrando de manera tradicional, (faltaría más)… la generación 2.0 ha dado un vuelco, creando con sencillez imágenes muy potentes que nos llevan a conocer de una forma diferente los nuevos escenarios de la llamada “naturaleza muerta”.
Artistas, marcas comerciales, revistas… Parece que todos estamos empeñados en generar contenido de este tipo y nos valemos de él para lograr conquistar al espectador. Pero ¿por qué? ¿Qué es lo que nos atrapa? Yo apostaría por la cotidianidad. Sí, visualmente estamos predispuestos a sentirnos atraídos por elementos comunes, organizados y colocados de manera muy simple, pero con un gran atractivo estético, valiéndonos de efectos de luz que los haga resaltar.
El arte ha estado y siempre estará influyendo en las tendencias del mundo moderno. Ha ido poco a poco dando paso a lo que hoy en día nos rodea en redes sociales. Si Caravaggio lograba semejantes obras de arte con objetos tan sencillos ¿por qué no recrearlo nosotros con nuestras cámaras en el siglo XXI? Quizás algunos se pondrán las manos en la cabeza, pero lo cierto es que tenemos hoy en día grandes creativos dando forma a increíbles obras de arte tal y como podían hacerlo los grandes pintores de siglos pasados.
Convertir los objetos en algo especial tiene un valor añadido. Nos genera placer visual. Instagram inunda sus publicaciones con artistas que quieren llegar a transmitir a través de la pantalla. Las marcas se valen de esta tendencia para crear proyectos publicitarios en los que sus productos se conviertan en piezas de deseo. Algo tan superfluo como un champú o una zapatilla llega a nuestra retina como un objeto fetiche del que disfrutamos en escena.
Parece simple pero en ellas hay un ensayo de luces y juegos de sombras muy trabajado. Este alarde de realismo y observación nos genera mucha satisfacción. Disfrutamos creando, probando, componiendo, observando y dando forma hasta encontrar así la imagen perfecta. Manet llegó a decir que
“un buen pintor se reconoce por su capacidad de expresar la simplicidad de un fruto”
¿Aplicaría esto a nuestra época? La respuesta es sí, nos rendimos ante lo sencillo, a la fotografía de bodegón y a sus nuevos creadores.