El amor siempre ha sido protagonista en nuestras vidas. En algún momento hemos sentido amor o desamor por alguien y eso nos ha marcado. Y aún así nadie nos puede robar esas sensaciones, esos recuerdos de momentos especiales ni esas sonrisas al recordarlos.
Es un sentimiento muy fuerte y nace de nuestra capacidad de preocuparnos, de cuidar y de conservar. Para llegar a ese estado en el que darías tu vida por la otra persona debemos pasar por varias fases, incluso a veces siguiendo estas fases no acaba bien, pero seguimos intentándolo.
Debemos entender que toda persona viene con sus cargas, con sus dudas y sobretodo con sus misterios. Depende de nosotros/as que le dediquemos tiempo a resolver esos misterios, a conocer lo desconocido y preocuparnos para tener toda la información clara antes de dar el siguiente paso.
Pasamos a valorar lo que tenemos. Hacer esto significa mantener los pequeños detalles, esos pequeños gestos que hacen sentir a la otra persona importante, escuchada y en calma.
Nuestra misión, autoimpuesta, es hacerles sentir especial. Considerar cada uno de sus problemas como nuestro problema, tenerla en cuenta en cada pensamiento de futuro y definitivamente no actuar en contra de su naturaleza. Una vez hemos conseguido todo esto, empieza lo difícil. Mantener la magia cada día, darlo todo sin esperar nada a cambio, recibir el mismo amor y que esa sea tu lotería.
Como especie tenemos ciertas carencias adquiridas y podemos volvernos autodestructivos o dañar no sólo lo que es importante para nosotros/as sino que dañamos lo que es importante para otras personas.
Mantener el interés en algo que nos da la vida debería ser algo fácil de entender, pero debemos conocer para preocuparnos. Nuestros océanos son la principal razón por la que toda forma de vida tiene vida, han sido testigos del origen de todo y de la muerte de nuestro planeta. Si seguimos procrastinando y siendo indiferentes a aquello que nos da tanto, solo conseguiremos el peor desamor que jamás hayamos vivido, y si aquella chica/o que te rompió el corazón en el instituto te dolió, imagínate lo que sería perder algo tan precioso y preciado como la biodiversidad que genera nuestro gran azul.
Al final te das cuenta que lo pequeño siempre es más importante. Los atardeceres con el reflejo en sus ojos cristalinos, sus olas rompiendo en tu playa mientras te susurran las gaviotas, las sonrisas que te arranca el mojarte solo los pies, las conversaciones contigo mismo/a mirando a su azul infinito. Los veranos que siempre recordarás con cariño, la brisa marina, las amistades que se forjan con la sal y la arena, incluso los delfines bailando libremente entre sus aguas. Eso es lo que verdaderamente nos enamora y desde luego que vale la pena porque nos genera unas sensaciones que forman parte de nosotros y que no podemos, ni queremos, olvidar.
Qué importante es conocer para valorar y valorar para cuidar. La naturaleza que nos rodea es infinita, ya vivas en una ciudad o en un pueblo. Miles de especies de aves, insectos, plantas, etc. nos rodean y aún así no las vemos.
Imaginad ahora esa naturaleza sumergida, bañada por el infinito azul que es nuestro mar. Cómo de difícil será entonces enamorarse sin conocer para valorar y valorar para cuidar y, de repente, qué fácil es.