Médico con una bata blanca y un fonendoscopio colgado al cuello, sosteniendo una jeringuilla con una aguja. Vacuna coronavirus. Poppyns Magazine

Retos de las vacunas frente al coronavirus y estrategias para superarlos

Redacción
Alejandro Orrico

Por mucho que Stephen Hawking se esmerara en sus investigaciones sobre agujeros negros y cómo viajar en el tiempo (por cierto, os recomiendo la película sobre su vida: “La teoría del todo”), a día de hoy no podemos acelerar o detener el tiempo.

Del mismo modo, el proceso de desarrollo y evaluación de una nueva vacuna, como la del SARS-Cov-2 (de sus sigls en inglés “síndrome respiratorio agudo-coronavirus-2”) que da lugar a la enfermedad del COVID19, debe pasar, obligatoriamente, por todas las fases de su desarrollo para garantizar lo más importante: la seguridad de los humanos.

Las vacunas son medicamentos que sirven para inmunizar personas sanas. Por lo que tienen que cumplir los máximos estándares de calidad y seguridad.

Médico con una bata blanca y un fonendoscopio colgado al cuello, sosteniendo una jeringuilla con una aguja. Vacuna coronavirus. Poppyns Magazine

Partamos de la base de que, en condiciones normales, el desarrollo de una vacuna puede durar entre 15 y 20 años (Rappuoli et al 2019). En casos excepcionales, como los de la actual pandemia, se van a intentar acortar al máximo los tiempos.

Os propongo un viaje sobre la importancia de cada una de las fases del desarrollo de vacunas y los retos a los que nos enfrentamos al querer acortar los tiempos de su producción. ¿Me acompañas?.

Podríamos dividir el proceso de desarrollo de una vacuna en las siguientes etapas: exploratoria, pre-clínica, clínica y producción.

FASE EXPLORATORIA

Conocer al enemigo para poder vencerlo

Durante una primera fase exploratoria, intentamos conocer cómo es el virus y cómo nos infecta para facilitar el diseño de estrategias terapéuticas (antivirales) y preventivas (vacunas).

Persona mirando a través de un microscopio con mascarilla y gafas de laboratorio. Poppyns Magazine

Gracias a los avances científicos, unos días después de los primeros casos de COVID19, ya teníamos conocimiento de cuál era su genoma, es decir, los “secretos internos de este virus”. Para que os hagáis una idea, para conocer el del virus del SIDA se necesitaron alrededor de 2 años.

Ahora sabemos que su genoma tiene una similitud del 79 % con el SARS-Cov-1 (coronavirus que causó una  epidemia en China en 2003) y del 50% con el MERS-Cov, (coronavirus que causó  una epidemia en Oriente Medio en 2012). Por eso este nuevo coronavirus se ha denominado SARS-Cov-2.

Además, hemos sabido que el virus entra en nuestras células anclándose a ellas a través de una proteína de su capa más externa (la proteína S). Este descubrimiento es tremendamente importante, ya que las vacunas con parte de esta proteína podría ser suficiente para protegernos.

Además, las investigaciones realizadas para hallar vacunas frente al SARS-Cov-1 (el coronavirus de 2003), han servido para acelerar los procesos de cara a encontrar una vacuna.

FASE PRECLÍNICA

Primeras pruebas en el laboratorio

Aquí, los investigadores probamos en células o animales si las vacunas candidatas son capaces de producir inmunidad (protegernos), durante cuánto tiempo y, sobretodo, si dan lugar a efectos adversos.

Por ejemplo, tenemos que corroborar que no se produce el efecto adverso que se vio con algunas vacunas para SARS-Cov-1 o MERS-Cov  (también para el Virus Respiratorio Sincitial (VRS) en los años 60), las cuales producían una respuesta inflamatoria exagerada y un empeoramiento de la enfermedad pulmonar.

Por ello, entre otras cosas, esta fase es crítica en términos de seguridad.

Persona sujetando un matraz de laboratorio. Poppyns Magazine

FASE CLÍNICA

¿Necesitamos pasar por las 3 fases?

Una vez se han obtenido resultados pre-clínicos satisfactorios, las agencias del medicamento pueden autorizar que se pase a los estudios clínicos (en personas). Las vacunas candidatas pasarían por las siguientes fases:

Fase 1. Se estudia si la sustancia es segura y no produce daños en unas cuantas docenas de voluntarios sanos.

Fase 2. Se estudia si la vacuna es eficaz frente a la enfermedad en una población de menos de 500 personas.

Fase 3. Se estudia la seguridad y la eficacia de forma más completa en miles de personas, de múltiples centros y países.

En los ensayos de otros fármacos se estudian en personas enfermas y ves si mejoran. Pero, en vacunas, se administran en personas sanas y hay que esperar a ver si enferman o no. Una vez más, no es inmediato.

Normalmente, como consecuencia del alto margen de error de la I+D en vacunas y el coste (hablamos de alrededor de 1 billon de dólares según Rappuoli), los desarrolladores suelen seguir un proceso lineal, deteniéndose en cada fase para realizar un análisis pormenorizado de los datos.

En el contexto actual de la pandemia, el objetivo es ejecutar pasos en paralelo, cuando sea posible.

Si los datos de una determinada fase no se analizan pormenorizadamente (como suele hacerse en condiciones normales) para pasar cuanto antes a la siguiente fase, repercute en un riesgo financiero elevado.

Una de las medidas propuestas para acelerar la vacuna del COVID19 es la de empezar los estudios en humanos en paralelo a los estudios en modelos animales, obviamente cuando se haya garantizado su seguridad (Lurie et al 2020).

Adicionalmente, se está planteando saltarse directamente la fase 3 y, una vez se haya visto que es segura y es eficaz en poblaciones pequeñas, pasar a producirla y administrarla en la población general. Para ello, debemos tener a punto plataformas de vigilancia y seguridad, para poder detectar cualquier reacción adversa que se pueda producir al usar la vacuna en millones de personas rápidamente.

Por otro lado, preparar ensayos clínicos durante una pandemia es estratégicamente complicado, porque no se sabe dónde se va a producir el siguiente brote. Por tanto, si para estudiar la eficacia de la vacuna necesitamos enfermos, ¿qué país elegimos para llevar a cabo el ensayo?.

Muchas cuestiones sin resolver

Una de tantas cuestiones por resolver es saber si las vacunas candidatas serán capaces de protegernos a largo plazo, durante cuánto tiempo y cuántas dosis serán necesarias.

Para ello, se necesita tiempo, ya que, en este tipo de estudios, se miden los niveles de anticuerpos (defensas específicas frente al virus) a lo largo del tiempo. Si estos niveles no bajan, sería buena señal. Pero, tendríamos que medir cada cierto tiempo (ej. cada año) para ver si caen los niveles.  Aunque, el hecho de generar anticuerpos, no significa que estemos protegidos. Por tanto, también hay que estudiar el nivel de anticuerpos que debemos de alcanzar para estar protegidos.

Por el contrario, podría suceder como con la vacuna antigripal, la cuál nos protege unos pocos meses debido a las constantes mutaciones del virus. Afortunadamente, según lo que conocemos de otros coronavirus, parece que no mutarían tanto.

La ética por encima de todo

En los ensayos clínicos, se suelen comparar dos grupos similares que se diferencien únicamente en el tratamiento que reciben (ej. un grupo vacuna y otro placebo, es decir, se les inyecta un líquido inactivo tipo agua). Este tipo de comparación es la más fiable para interpretar los resultados. 

Uno de los problemas que puede surgir en la fase clínica es que, dada la alta mortalidad del COVID-19, los comités de ética no acepten que a un grupo de personas del ensayo clínico se les trate con placebo (que no les protegería). Como alternativa, se podrán diseñar ensayos donde se prueben varios tipos de vacunas de manera simultánea, y así, nadie reciba placebo.

Sin embargo, la industria farmacéutica suele evitar este tipo de ensayos que enfrentan a dos fármacos en desarrollo entre sí (las comparaciones son odiosas y no se compararía con alguien que no recibe tratamiento).

Actualmente, en solo 4 meses desde que se conoce la enfermedad, ya existen 62 vacunas candidatas en fase pre-clínica (WHO) y a día 16 de abril de 2020, 3 de ellas ya han pasado a fase clínica (actualmente en fase 1).

PRODUCCIÓN

Producción masiva

Para aquellas vacunas que resultaran ser satisfactorias y consiguieran la autorización, pasarían a la fase de producción.

En esta fase, el problema es que la pandemia hace que todos los países del mundo a la vez necesiten vacunas. Entonces la pregunta es:

¿Cuántas vacunas seremos capaces de hacer en un periodo corto de tiempo?.

Hay que tener en cuenta que el personal, equipamiento e infraestructura necesarios para el desarrollo masivo de millones de vacunas es complejo y extremadamente caro.

Las vacunas son medicamentos biológicos (se obtienen a partir de organismos vivos), para ello, entre otros requisitos deben realizarse en atmósfera controlada y en estrictas condiciones de asepsia (ausencia de gérmenes). Como ejemplo, se requieren de 6 a 22 meses para producir las vacunas antigripal y antipoliomielítica (frente a la Polio).

Para poder adelantarse, se pretende empezar a construir fábricas para el desarrollo de vacunas en paralelo al estudio de las mismas. Pero, la inversión sería millonaria y las pérdidas también, ya que sólo un porcentaje muy pequeño de las vacunas que comiencen el camino verán la luz.

Además, ¿qué pasará si, tras toda la inversión, el brote desaparece antes de desarrollar las vacunas?.

Eso sucedió en los brotes del zika, el ébola, y también del SARS-Cov-1 y MERS. Esto provocó que muchos fondos se reasignaran y que las compañías que estaban trabajando en el desarrollo de la vacuna sufrieran grandes pérdidas.

Aunque así ocurriera y el brote se detuviera antes de desarrollar las vacunas, deberíamos garantizar su desarrollo para estar prevenidos frente futuros brotes. Si no hubieran cortado la financiación para el desarrollo de vacunas frente al SARS-Cov-1, sabiendo que son virus similares, quizá hubiéramos tenido armas para haber luchado frente a esta pandemia actual.

Pastillas doradas sobre fondo negro escribiendo covid-19. Poppyns Magazine

Sin ciencia no hay futuro

A pesar de que quedan muchas dudas por resolver y acortar los plazos en el desarrollo de vacunas se antoja complicado, los expertos auguran un escenario optimista y creen que podríamos tener una vacuna disponible en 12-18 meses.

La verdad es que los avances científicos actuales serían capaces de hacerlo posible. Jamás la ciencia había conocido tanto de un virus en tan poco tiempo (cuatro meses).

Si buscamos “COVID19” en la base de datos de artículos científicos más grande del mundo (PubMed) encontramos 3.836 artículos publicados acerca del virus, su tratamiento, su epidemiología, etc. Trabajos que, en condiciones normales, costaría años en publicarse.

Quizá, todo esto sirva para que nos demos cuenta de que la investigación no es un gasto, es una inversión.

Como dijo mi colega Ignacio López Goñi en su blog (Microbio), el enemigo de esta “guerra” es un simple “bicho” invisible que ha puesto en jaque al planeta. Y, quizá, tengamos que empezar a invertir en un nuevo ejército de médicos, sanitarios, investigadores con terapias, vacunas y laboratorios en vez de misiles y tanques.

Invertir en ciencia y en conocimiento es invertir en fututo.

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