Estas dos frases son bastante significativas de una de las cosas más absurdas pero también más excitantes que he hecho en mi vida.
No es otra que ir en bici de Valencia a Roma en 14 días. No sé cómo le suena al lector, pero sólo el escribirlo me lleva de golpe y porrazo al sonido del viento, a las sensaciones de la bici, a los paisajes y especialmente a la vida sencilla.

Todo empezó con un molaría… y sí, sí que molaría.
Lo que no sabía era lo duro que iba a ser. Este molaría se gestó en una noche de sofá y peli con Mikel Errondosoro (fotógrafo y videógrafo con el que he trabajado mucho). Le enseñé un documental que me había impactado mucho sobre Luis Ocaña, el segundo Español en ganar el Tour de Francia. Las imágenes eran sobrecogedoras, la bici, la montaña, el viento, los Pirineos, la lluvia… una sensación de fragilidad que desde la comodidad del sofá me hacía sentir más vivo que nunca.
Le lancé el órdago. Sabía que, como buen vasco, lo iba a recoger con gusto. “Sí, vamos, lo podemos hacer. Valencia-Roma en bici”.

Por aquel entonces salíamos en bici los domingos, pero nada en modo “pro”. Lo hacíamos para pasarlo bien, sin crono ni gadgets (no lo he hecho nunca y dudo que lo haga), pero con nuestro pequeño reto en el horizonte comenzamos a salir con más cadencia.
La preparación del viaje básicamente se realizó durante una sobremesa, google maps y estimaciones optimistas como suele ocurrir con todo lo que se plasma en el papel.
Valencia-Benicarló-Tarragona-Barcelona-Begur-Perpiñán…así catorce etapas que nos transportaban de Valencia a Roma.


La filosofía del viaje era “Slow traveling”, porque lo importante no era el destino sino el camino. Esta afirmación tenía distintos niveles de realidad. La idea era hacer lo contrario al estándar del turismo actual; puerta de embarque, avión, llegada al destino, hotel reservado… todo planeado. Aquí no había nada de eso, no había colas ni maleta, sólo un par de bicis, muchas ganas y una gran dosis de incertidumbre.
La parte de mentira era la exigencia. La obligación de pedalear diariamente (sin día de descanso) 6-8 horas truncaba mis deseos más potentes de disfrutar de una terraza, algo de picoteo y las vistas. En lugar de aperitivos de mañana o tarde, lo que hacíamos era echarnos al buche alimentos súper calóricos que encontrábamos entre pueblo y pueblo.

Perderse también resultaba fácil. Todo era nuevo, solos, sin coche escoba ni reservas de hoteles, nada. Carretera y manta.
Nuestro equipaje entraba en el cajón de una mesita de noche. Lo básico de lo básico. Un calzoncillo, maillot, culote de repuesto y a funcionar.
Durante todos esos kilómetros nos dimos cuenta de la riqueza paisajista que tenemos a orillas del mediterráneo, la orografía, lo que costaba hace 100 años atravesar pueblos y también las miles de pequeñas cosas curiosas que observas al atravesar tres países.
El viaje se convierte en un trance audiovisual, los días se mezclan, los pueblos se confunden… 2.000 km en 14 días es algo que nutre la retina, memoria y moldea el cuerpo.

¿Qué si es duro? mucho. No hay excusas. Decir que estás cansado carece de sentido, es obvio. Te acuestas y con la sensación del paso de unos minutos amanece. ¿Has dormido? Si. ¿Has descansado? No, te faltan horas de descanso. Te enfundas el maillot y otro día más a salir a carretera, para bien o para mal, ninguna etapa es fácil.
Conocimos personas que nos acogieron en sus casas y/o nos dieron tours por sus ciudades y pueblos, nos perdimos, preguntamos, pinchamos, discutimos, nos reconciliamos, nos divertimos… y finalmente llegamos a nuestro destino, Roma.

TCCR porque nos apetecía y pudimos, TCCR porque todos los caminos conducen a Roma.
¿Haré otro? ¿Haremos otro? Seguro que sí.
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